¿Y bien, piensas escribir otro libro?” Comenzaron a hacerme esta pregunta desde el momento en que terminé Las mujeres que aman demasiado, y mi reacción era siempre la misma. Me sentía como una flamante madre, agotada, tendida en la cama, tratando de recuperarme de un largo y difícil trabajo de parto, mientras las visitas me preguntaban alegremente: ¿Y bien, piensas tener otro bebé?” En cierto modo, la pregunta misma parecía subestimar en gran medida la magnitud del esfuerzo último y, por lo general, yo les respondía con cierto enfado, tal vez como lo haría esa madre imaginaria: “¡Por ahora, ni siquiera quiero pensar en eso!”. En el fondo, estaba segura de que nada me haría volver a pasar por ese doloroso proceso de alumbramiento.
Sin embargo, las semillas de las cuales nacería este libro se sembraron con la primera carta que recibí en respuesta a Las mujeres que aman demasiado. Aún antes de su fecha oficial de publicación, alguien encontró el libro, lo leyó y se conmovió lo suficiente para escribirme.