Puede que haya oído esta historia antes: un hombre va caminando por su vecindario en la noche y se encuentra con otro hombre que está buscando algo debajo de un poste de luz.
“¿Puedo ayudarle en algo?” Pregunta el primer hombre.
“No encuentro mis llaves,” dice el segundo hombre.
“Ya veo,” dijo el segundo hombre.
“Ya se me han caído las llaves aquí antes. Yo sé cómo es esto. Le ayudaré a encontrarlas.” “No se me cayeron las llaves aquí,” dice el otro hombre.
“Se me cayeron en el porche. Sólo las estoy buscando aquí porque hay mejor iluminación.”
Así de absurda como es esta historia, ¿cuántos de nosotros mantenemos conversaciones del mismo tipo con nuestro diálogo interno? ¿Cuántas veces cuando era estudiante se sentó a hacer
alguna asignación importante y luego encontró algo más que hacer (de mucha menor importancia)? ¿Cuántas veces en su vida adulta se ha enfrentado a una tarea o ha determinado aprender alguna habilidad creativa sólo para dejarla de lado por una actividad de poca importancia, sin valor o fecha límite? A todos nos ha pasado.