En la vida hay que tomar decisiones. Cuando tenía solo nueve años, tomé la decisión de ser rico. Tenía dos padres, uno rico y uno pobre. Mi padre verdadero, mi padre pobre, era muy instruido e inteligente, con un doctorado. El padre de mi mejor amigo, mi padre rico, nunca terminó el octavo grado. Ambos fueron exitosos en sus carreras y trabajaron muy duro toda su vida. Ambos tuvieron importantes ingresos, sin embargo, uno siempre pasó dificultades financieras.
El otro se convertiría en uno de los hombres más ricos de Hawái. Uno de ellos murió y le dejó decenas de millones de dólares a su familia, instituciones benéficas y a la iglesia. El otro dejó cuentas por pagar. Ambos me dieron sus consejos, pero no me aconsejaron lo mismo. Ambos creían firmemente en la educación, pero no recomendaron la misma carrera.
Si hubiera tenido solamente un padre, habría tenido que aceptar o rechazar su consejo. Tener dos padres me dio la opción de contrastar puntos de vista: el de un hombre rico y el de un hombre pobre.