JODIDA perra arrogante. Suavicé mi expresión hasta llegar a la profesional cara de póker con la que había mantenido negocios por más de tres décadas. Miré a la mujer de negra falda recta y la blusa blanca ejecutiva, pretendiendo que no notaba las piernas torneadas y los grandes senos.
Estaba luchando por la vida de mi compañía y estaba perdiendo. Ella tenía razón al ser arrogante. Su respaldo y proposición eran atrayentes para mis accionistas, y se había posicionado a sí misma como la ‘voz de la razón’, tratando de salvar una compañía empobrecida y fallida. La mía.
Ella tenía el respaldo de algunas personas muy influyentes – personas importantes que compraban industrias para destruirlas y vender las partes. También tenía el respaldo de la mitad de mis accionistas, un golpe que logró al anunciar públicamente la subasta planeada antes de advertirme que estaba siendo considerada una oferta.