No tengo más remedio que contestar a las preguntas cada vez más insistentes de mis hijos y de mis nietos, algunos de ellos ya en edad de exigir contestaciones objetivas y concretas…
De pronto me acordé del diario de mi madre que tuve olvidado durante setenta años, pero que la «memoria histórica» había desenterrado, casi un siglo después, por la incesante búsqueda de fosas y trincheras dormidas en la injusticia de los tiempos, para reivindicar a un abuelo muerto, cuando, en casi todas las familias españolas hay un padre, un abuelo, un capitán republicano o de las tropas franquistas, o un tío cura cuya foto, ya casi olvidada –ni roja ni azul– permanece en la cómoda del pasillo o en cualquier cajón sin que ni los hijos ni los nietos preguntaran detalles de aquella guerra que debería ser una lección para aprender a vivir en paz, en libertad y democracia sin buscar, nunca más, revanchismo y nuevas venganzas